lunes, 30 de noviembre de 2009

ENCUENTRO CON SU DESTINO


ENCUENTRO CON SU DESTINO
El Gran Corso, Napoleón Bonaparte, nos confiesa cómo llegó a ser general del ejército francés.
Por Eloísa Díaz*


Naponeone Bounaparte era su nombre original, había nacido en Córcega. No fue un estudiante sobresaliente que hiciera sospechar su brillante futuro; pero su pasión por las matemáticas y por la historia facilitó su entrada al ejército francés desde donde empezó su imparable carrera hasta llegar a ser emperador de Francia.

ENTREVISTA

Cualquiera pensaría que siempre fuiste un genio o que tuviste un don que hiciera suponer que había algo excepcional en ti.
Debo reconocer que durante mi primera etapa escolar en Francia no fui un estudiante sobresaliente: mi francés fue por mucho tiempo deficiente; en dibujo, arte y lenguas, los resultados fueron mediocres; era torpe para bailar, lo que me acarrearía toda clase de burlas entre mis compañeros. Odiaba todo y a todos. No podía olvidar a mi patria, Córcega, que había perdido la guerra de independencia contra Francia, y a mi padre, Carlo Buonaparte, ese hombre patriota y romántico que tuvo que humillarse ante los vencedores para conseguir una modesta beca que nos permitiera a mi hermano José y a mí, estudiar en el país de los vencedores... Fueron años de indecisión, hasta que gracias a mi pasión por las matemáticas y la historia logré conseguir otra beca, en esta ocasión, para la es­cuela militar de París

¿En esta escuela te sentiste más integrado a Francia? Después de todo ya habían pasado cuatro años.
No fue así, las diferencias con mis condiscípulos aquí fueron mayores; éstos eran hijos de fami­lias nobles y distinguidas que me miraban con desprecio; pero ya no me importaba mucho, había adquirido conciencia de mis facultades y me dedicaba a cultivarlas con esmero.

Al terminar tus estudios militares te incorporaste al ejército francés y aún no estallaba la Revolución, ¿sentías alguna inquietud?, por que, seguramente debiste imaginar lo que es­taba por venir.
Al terminar entré de alférez al regimiento de artillería, mi padre había muerto hacía un año y tenía que valerme por mí mismo.
Ya empezaban a sentirse las primeras sacudi­das inminentes de la Revolución, pero estan­do dentro del regimiento yo sólo me dedicaba a cumplir con mi servicio, el resto del tiempo estudiaba la historia de la guerra, la filosofía; sentía el impulso de sumergirme en la historia y sopesar las acciones políticas del pasado. Me apasionaba la proeza de Aníbal al haber sometido a España en cinco días, atravesar los Pirineos y rodear los Alpes en sólo 15 días.

Durante la Revolución, ¿tomaste partido?; ¿cuáles eran tus intereses e ideas políticas?
Cuando estallan los tumultos y soy enviado a mantener el orden, lo hago con toda sangre fría, mis intereses no son todavía políticos; me interesan más las glorias literarias. Toda­vía lamento no haber conseguido el premio que daba la Academia de Lyon; ahí presenté un trabajo donde expresaba la idea de que la felicidad sólo se da cuando la parte animal y espiritual del organismo humano recibe lo su­yo. Así, poco a poco se fueron extinguiendo mis rasgos románticos y fui enfilándome hacia lo práctico, lo inmediato. Fui encontrándome a mí mismo y fue cuando me hice completa­mente francés; cambié mi nombre de Napo­leone Buonaparte por Napoleón Bonaparte. Por aquel entonces me encuentro con una Francia desangrada por una guerra civil misera­ble y además amenazada por los ejércitos de la coalición europea, entonces pienso que el des­tino de Francia no está en esa actitud defensiva, sino en una de dominio y expansión.

Has sido llamado el destructor de un gran mundo caduco, ¿cuándo empiezas a planear para que éste salte a pedazos?
Estando al mando de la artillería de un pe­queño ejército que había sido llamado de Ita­lia por la amenaza de los ingleses, y con la probabilidad de que los españoles y austro-piomonteses se dieran la mano en contra de Francia, concibo un plan cuyo objetivo era, mediante ­una ofensiva avanzando por Alemania, aplastar a Austria. Se lo envío al diputado Barras, pero éste lo dejó empolvándose en algún cajón. Por lo pronto soy enviado a la misión de Turquía de regreso en Francia y a punto de partir a una nueva comisión se dio un hecho que marcaría toda mi vida, apareció la puerta que me llevaría a encontrarme con mi destino.

¿Te dan por fin la oportunidad de encabezar el ejército en un lugar importante?
No, pero para mi fortuna se suscitó un motín contra de la constitución recién promulgada; levantamiento que había que aplastar a como diera lugar. Toca al diputado Barras cumplir con el en­cargo y éste, acordándose de mí, me llama pare. darme toda la libertad de acción Con toda entrega y decisión localizo los puntos claves, disperso a los manifestantes y ahogo la revuelta. Esto me valdría para ser introducido al círculo íntimo de los diputados y un ascenso a General de División del Ejército francés. Así es como llego a tener en mis manos el destino de Francia y del mundo entero a principios del siglo XIX.

* Realizó estudios de Pedagogía en Humanidades en La ENEP Acatlán, UNAM

Fuente: Revista Cancuníssimo, año XIII, núm. 138, Octubre 2004

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